¡Buenos y frioleros días! La navidad está a la vuelta de la esquina y este frío tan especial de Granada nos lo hace sentir. Hoy os vengo hablar de una emoción que genera este frío en nuestro día a día y en nuestra aula con lo más pequeños.
La NOSTALGIA. Solamente con nombrarla ya genera tal sentimiento.
El otro día fui a mi clase a ver a mis pequeños como cada semana cinco minutos antes de que tocase la campana y me dieron la suficiente energía para continuar hacía mi camino. Fue ahí cuando una de ellas me dijo.. ¿seño te acuerdas cuando te vestiste de bella? ¿seño te acuerdas cuando te subiste a un barco para irte de viaje con tus amigos? ¿seño te acuerdas cuando hacías juegos para aprender las letras? Y la bombilla se encendió para saber de qué habla hoy.
Recordar
no es malo. Las personas estamos formadas por miles de recuerdos, y si habéis visto la película del revés lo entenderéis. Somos un conjunto de experiencias y vivencias que edifican lo que hoy somos. Dejar que la nostalgia se acerque a nosotros y nos acaricie
de vez en cuando no tiene por qué ser algo
negativo.
He leído artículos dónde según nos dicen los especialistas, el ser humano pasa gran parte del
día “recordando cosas”, pero ahora bien, no debemos anclarnos a esos recuerdos
de forma obsesiva.
La nostalgia en el mundo emocional es una de las sensaciones más difíciles de expresar y más fáciles de sentir. La idea consiste en recordar un recuerdo, pero no uno cualquiera, sino aquel que es añorado y nos hace sonreír o sentir bien para seguir avanzando. Si ahora mismo os ha venido uno a la mente seguro que tienes en tu mente miles de imágenes, sensaciones, palabras, miradas y sonidos de aquello que te hizo sentir en un momento determinado.
Los recuerdos tejen lo que
somos. Y la mayoría del tiempo, las personas somos nostalgia. Somos recuerdos.
Pero
a veces, no podemos negar que esta nostalgia que es tan bonita y nos ayuda en cierto modo para avanzar y conseguir algo, también trae consigo un perfume triste. Trazos de una vida vivida
que nos deja cierta sensación de añoranza y dolor en vista de un ayer que tal
vez, concentró mucha felicidad, un bienestar del que carecemos en el presente.
Es aquí, cuando algunas personas pueden caer en ese punto dónde la nostalgia para a ser una obsesión debido a que solo encuentra bienestar en esos recuerdos y no en lo que le queda por avanzar.
Para poder controlar toda esa nostalgia vuelvo una vez más a la idea de que esta inteligencia emocional debe ser trabajada y estimulada desde pequeños.
El baúl de los recuerdos puede ser un proyecto novedoso y bonito para los niños. Seguro que una buena maestra de infantil tiene una caja a la vista que puede decorar y añadirla al rincón de las emociones. Quizá un día un niño traiga a la asamblea un objeto, imagen o dibujo de un momento que ha vivido y le ha hecho sentir especial. Podemos pedirle que lo guarde en ese baúl, y si algún día le viene esta nostalgia de querer recordarlo... seguro que puede ir a ese sitio y sentirse por un momento protagonista de nuevo.
El pasado nos debe
servir como trampolín para nuestra realidad y para avanzar hacía un objetivo o una ilusión nueva no puede ser un balcón dónde quedarnos diariamente.
Debemos
pensar en el pasado mediante una perspectiva de gratitud y agradecimiento por
haber vivido dichas experiencias, verlas con tranquilidad. Con la satisfacción
de haber tenido momentos realmente plenos. Pero no hay que caer en el error de
valorar que todo era mejor antes y dejar perder esa armonía entre lo vivido y
el presente. Nuestra vida es un contínuo donde fijar
nuestras perspectivas en el futuro.
El
pasado nos sirve para aprender, pero la felicidad se busca cada día en el
presente, en las pequeñas cosas, en los pequeños detalles, sin olvidar nunca
una cosa que “no hay peor nostalgia que añorar lo que nunca
existió”.
¿Te quedas conmigo?